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Opinión

Che, ¿vos, por casualidad, no tenés una idea?

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Es apasionante, desde luego, discursar sobre la querida pantalla chica. Porque uno, como todos, ama también eso tan magnífico que es sentarse frente al tele y poder observar distintas propuestas.

Es verdad que la televisión posee detractores y críticos de alta gama que tratan de defenestrarla cada vez que pueden. Prueba fehaciente de ello es una frase, recalcada como axioma por los críticos de orden: “La televisión es un muy pobre sustituto del fuego”. Impresionante verborragia.

El punto del cual asirse, el primordial argumento detallado, transita un andarivel discutible en grado sumo, mis amigos. Se postula siempre el dilema del real objetivo de la “caja boba”. ¿Cuál es su función dentro de la sociedad en general y, de cada hogar en particular?

Esencialmente se ha dicho a los cuatro vientos que la TV no debe presuponer otro itinerario que dar expresa medida de entretenimiento a la gente. En tal dirección, se formulan envíos de diverso tenor, para canalizar precisamente, ese tópico.

Claro que entretener no significa hacer repeticiones de programas, o caer en banalidades o no gastar un peso con la excusa de que en la Argentina no hay recursos potables para emprendimientos de elevada categoría.

Los productores suelen apuntar en sus cuadernos, los éxitos de audiencia y los van reciclando o “aggiornando” de acuerdo a las exigencias del mercado, del “rating”, o de sus propias visiones de lo que se debe concretar.

Las diferencias, por supuesto, están dadas entre el aire y el cable. Hoy ya no da lo mismo una cosa que otra. Pero apostar con decisión a la tevé abierta, es un hermoso desafío que no cualquiera se encuentra en condiciones de afrontar.

Sobre todo por una sencilla y cruel razón, amigos míos: si tal o cual espacio no concita la atención del público, el asunto no cuaja y se levanta el ciclo con rapidez increíble para los veteranos amantes de la tele que no estaban tan acostumbrados, en viejas épocas, a resoluciones tan drásticas y severas.

Las ideas flaquean. Es triste reconocerlo, pero hemos de sincerarnos. Y a veces, las que existen no comulgan con la teleplatea. Los ejemplos son variopintos en ambos carriles. Mas lo concreto resulta una obviedad: la mayoría de las buenas proyecciones (por aire, insisto) se esfumaron hace rato. Un largo rato.

“El argentino más inteligente” prometía 10 envíos. El primer drama surgió ahí cerquita, con la elección de los protagonistas. La expectativa se entibió. Luego la conducción profesional de Jorge Lanata, no dio la señal conveniente a la comunidad televisiva y se cayó el programa al piso. Un conductor tiene que hallarse a gusto y convencido del espacio que conduce. Si eso no acaece, el vidrio se empaña.

Si repasamos brevemente otros anteriores fracasos de peso, nos toparemos con: “Dominico”, en el 2004 con Nicolás Repetto. Duró menos que nada. En 2006 “A todo culorr” con Alfredo Casero y en 2015 la tira de Natalia Oreiro “Entre caníbales” desapareció de la grilla antes que cantase el gallo.

Pero volvamos al presente. Hoy “Los ricos no piden permiso”, supera a “Las Leonas”; “Polémica en el bar” anda bastante acorde, compitiendo con Mirtha Legrand que no cesa en su impulso ególatra y pedante. Donde la suntuosidad contrasta terriblemente con muchos aspectos de la cotidianeidad de la gente común que suele mirarla.

Ahora se anticipa “Educando a Nina” para luchar codo a codo con “Moisés y los 10 Mandamientos”. Aunque las movidas de tablero más altisonantes puedan pasar por dos proyectos ya consumidos con anterioridad y con disímil acogida. Me refiero a “Gran Hermano” (Canal América) y “Showmatch” (Canal Trece). Nadie se asombrará de lo que ofrezcan estos dos “programones”. Tampoco nadie podrá ignorar, a esta altura, las idas y vueltas ya esbozadas antes por ambos envíos televisivos.

Se van a ir reformando detallecitos. Se agregarán más escándalos, más mujeres hermosas desnudándose alegremente, riéndose del pudor, más hombres musculosos se exhibirán en su cajita de cristal, pero el auditor entendido, comprenderá que se replica el golpe en idéntico tambor.

En un caso, Marcelo Tinelli ya superó la barrera de los veinte años de emisión. En el otro, van en camino a los diez ciclos. Y, dadas las presunciones, no habrá que esperar toques de magia muy sobresalientes. Apenas un retoquecito entonces de lo ya visto, quizá con un tamiz más porno, o “sexi” o como ustedes deseen llamarlo. Pero al fin de cuentas, es todo un círculo…

Así las paradojas, en los escritorios de los queridos productores, sobran las reiteraciones y sucumben en irredenta soledad, las ideas proclives a una mejor calidad de la tele de aire nativa.

Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho